- No la he encontrado, se perdió para siempre - sentenció Cristal.
- ¡Pero qué podemos hacer sin ella! - le respondió Primavera.
Aquella perdida, era la llave para abrir la puerta, la de esa habitación, la última del pasillo del segundo piso. Era dorada, la cosa más brillante que Cristal y Primavera hubieran visto en sus vidas. Su madre les había prohibido desde siempre entrar a aquella habitación, y ahora que ella no estaba, habían decidido entrar.
Comenzaron la búsqueda en la habitación de su madre, sin frutos. Mas tarde en los cajones de los muebles de toda la casa, los del salón, de las habitaciones de la planta inferior, de la cocina, en los baños, y no estaba. Buscaron entonces en los colchones, sin resultados, en los floreros, ¡la casa tenía más de cien!, y tampoco estaba, bajo los tapetes y alfombras, no había nada.
Habían en sus vidas, visto la llave dos veces.
La primera, alrededor de sus cinco años de edad, cuando ingresaron al colegio, su madre tomó la llave y las llevo hasta la puerta de aquella habitación, les dijo que esperaran, ellas sabían ya a ese entonces que el acceso a esa habitación estaba vedado, pero aun así, su madre les recordó... "Jamás en su vida osen entrar aquí niñitas, se los prohíbo" y luego, al salir de aquel misterioso lugar... " si entran, ¡ahí de verdad me van a conocer!". Salió entonces con un peine dorado en las manos, y unos pinches que parecían tener luz propia. Ellas quedaron extasiadas con la belleza de esos artilugios, el peine demasiado suave para ser de metal, pero lo era, y los pinches, reflejaban...¿Reflejaban?, no a ellas no les parecía que reflejaban, aquellos pinches iluminaban, brillaban, liberaban una luz dorada, plateada, con tonos verdosos y azulados, eran únicos.
La segunda vez, cuando habían de tener unos 18 años, ellas requerían de vestidos, para usar en las festividades de fin de año, e hicieron saber esto a su madre. Ella, preocupada de que sus hijas siempre lucieran bien, y fueran felices siendo las más hermosas en las fiestas, las que robaban todas las miradas, les preguntó de que color querían sus vestidos, ¿Y los quiere con "vuelitos" mi niña?, ¿Y tú, amorcito, lo quieres verde, de tu color favorito?. Así que ellas especificaron, dejaron volar sus imaginaciones, y cuando una decía una idea, que aunque alocada, calzaría perfecto en su vestido imaginario, la otra copiaba, se peleaban y reían, las tres, madre e hijas. Cuando sus sueños se detuvieron, la imaginación cesó, la madre recogió mentalmente las ideas que le fueron referidas, y con los colores ya definidos, les prometió tener el vestido para la tarde. Primavera y Cristal no podían creer que su madre les prometiera el vestido para la tarde, si ellas no lo usarían hasta dentro de dos semanas, pero accedieron ansiosas de saber como serían sus vestidos, y si habría que hacerles modificación alguna. La madre entonces, fue a su habitación, y de vuelta paso delante de ellas, con la llave en la mano, la llave... la llave...
Pasó la hora del almuerzo, comieron las niñas, y la madre aun no volvía de la habitación, la última del pasillo del segundo piso. Llegada la tarde, el sol se ponía en el horizonte, y la madre aun no llegaba. Con los últimos minutos de luz, bajó. Ellas estaban en el salón, Cristal tocaba piano, y Primavera cantaba una hermosa canción. La armónica música cesó de súbito con el sonido de los pasos de la madre entrando al salón. Traía en sus manos los vestidos, tal cual como ellas habían imaginado. No lo podían creer. Corrieron, los tomaron cuidadosa, pero estrepitosamente, y luego, abrazaron como nunca lo habían echo en sus vidas, a su madre, aquella que había desaparecido en la mañana y ahora volvía con los sueños de sus hijas en sus manos.
- ¿Y ahora, hermanita, qué hacemos para entrar? - preguntó primavera.
Paradas estaban ambas frente a la puerta de la misteriosa habitación, la última del pasillo del segundo piso. Contemplaban el cerrojo, la manilla, y la contextura de aquella extraña puerta.
- Creo que deberíamos forzarla, total, ya nadie vive en esta casa.- Dijo Cristal, encaminándose a empujar la puerta.
Primavera entonces, tomó la manilla, y la movió. Para sorpresa de ambas, la puerta no estaba con pestillo, la manilla giró y la puerta se abrió delante de ellas.
La llave estaba botada en medio de esa habitación, doraba y resplandeciente, como siempre, en el fondo, un espejo, a la izquierda una ventana que daba hacia el jardín, un sitial que aparentaba un bordado a mano, y un mueble, tan alto como la misma habitación, sin espacio en el cual poner algo más, cajones llenos y estantes repletos, y sin embargo, ordenado.
Cristal tomó la llave y la elevaron, el sol dio en ella, y el reflejó en el espejo, dio en el mueble, dentro de este un prisma hizo surgir un Arcoiris, que se reflejó en un espejo en el fondo del mueble e iluminó toda la habitación, se llenó de colores. Todo era de color ahora, el techo blanco, las paredes amarillentas, todo, absolutamente todo era color Acoriris ahora.
Volvieron a esa habitación cientos de veces, a pensar, reflexionar, a descansar, a soñar. Nunca supieron que hubo antes en esa habitación, pero ahora, en ella habitaban sus sueños, sus recuerdos de infancia, era el lugar de su imaginación, de charlas sin fin de hermanas, y también el Arcoiris, lo más importante.
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